Publicado en Diario SUR por Francisco Moreno Moreno
No podemos mantenernos indiferentes al avance que están experimentando en Europa los movimientos nacionalistas de extrema derecha y los populismos de extrema izquierda

Todo vale con tal de erosionar nuestro Estado de Derecho y sistema de libertades. Es paradójico cómo los extremos, sean de derecha o de izquierda, comparten históricamente los mismos métodos a la hora de combatir el liberalismo y el respeto al ordenamiento jurídico. A estos grupos antisistema les une un propósito común que no es otro que ir ganado, sin prisa pero sin pausa, presencia en las instituciones y en los medios de comunicación hasta convertirse en decisivos a la hora configurar mayorías y condicionar gobiernos. Esta batalla en muchos casos la están ganando y la prueba la tenemos con los promotores del golpe de estado independentista en Cataluña. Entre otros éxitos, han conseguido el cese del jefe de la Abogacía del Estado, por no plegarse a calificar unos hechos delictivos en un menor grado de gravedad. Pero esto no es todo. La no aprobación de los presupuestos del Estado ha dependido en buena parte de la voluntad de un prófugo de la Justicia, supremacista y por ende fascista, como lo acreditan las afirmaciones vertidas por él y por destacados miembros de su partido a la hora de referirse a los españoles,… «bestias taradas», entre otras lindezas.

En este sentido, me resulta sorprendente hasta qué extremo el síndrome de Estocolmo puede estar afectando a algunos andaluces, aragoneses, murcianos y ‘rufianes’ de cualquiera estirpe. Hacen causa común con los que, en mayor o menor medida y muchas veces sin el más mínimo disimulo, los desprecian por no ser de su misma raza y condición. Escribía Pujol en 1976: «El hombre andaluz no es un hombre coherente. Es un hombre anárquico. Es un hombre destruido. Es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual». Siguiendo esta misma línea argumental, más actuales son las afirmaciones del exvicepresidente de la Generalidad hoy en la cárcel: «Los españoles más cercanos a los portugueses y los catalanes a los franceses y los suizos»…

Lo más significativo, aunque he de confesar que no me sorprende nada, es la actitud comprensiva y colaboradora de la extrema izquierda con reaccionarios racistas a la hora de posicionarse y compartir ruta. Un ejemplo ilustrativo: pactar listas conjuntas en Navarra y País Vasco con los herederos de ETA no constituye ningún problema. El fin justifica los medios. Con tal de debilitar los cimientos del Estado de Derecho y el sistema capitalista de libre mercado, todo vale. Limitar la propiedad privada hasta llegar algún día a su total abolición es el objetivo, y si para ello hay que pactar con lo más abyecto de la sociedad, lo hacen sin rubor.

Y estas actitudes ¿a qué obedecen? Una razón por encima de todas: les molesta hasta la crispación que haya gente que con esfuerzo, acierto y por méritos propios en el ejercicio de su libertad, tengan la capacidad de crear riquezas y contribuir al desarrollo económico y social de la Nación. Esto, a la extrema izquierda le resulta insoportable y, por consiguiente, niega lo que la Historia reciente pone de manifiesto: la asunción de políticas económicas de libre mercado es lo que está permitiendo prosperar y conseguir un progresivo bienestar en países sometidos durante décadas al yugo comunista.

Un análisis racional, carente de prejuicios y de pasiones ideológicas, por mucho que enfurezca a los populistas, nos lleva a una conclusión: el totalitarismo, en cualquiera de sus manifestaciones, desde el bolchevismo hasta el nacionalismo racista, además de imponer el terror como mecanismo de dominación, lo único que genera es crimen, miseria, exclusión y amargura en sus súbditos. ‘Los orígenes del Totalitarismo’, libro escrito en 1951 por la filósofa americana de origen judío alemán Hannah Arendt, mantiene una incuestionable vigencia. No podemos mantenernos indiferentes al avance que están experimentando en Europa los movimientos nacionalistas de extrema derecha y los populismos de extrema izquierda.

Dicho esto y reafirmándome en la consideración del capitalismo como único sistema capaz de generar y distribuir riqueza, además de garante de la democracia, estimo necesario poner de manifiesto determinadas actitudes que dañan la igualdad de oportunidades, principio básico para todos los que nos consideramos liberales. Es inaceptable la concentración de poder económico que determinadas corporaciones ostentan en la sociedad actual, atentando directamente contra la libre competencia y la capacidad de elegir de los ciudadanos. Además, los que creemos en el liberalismo como el sistema más justo a la hora de premiar el esfuerzo y el mérito, tenemos la obligación de denunciar, entre otros abusos, los retiros y retribuciones multimillonarias de algunos ejecutivos, que rayan con la obscenidad y que nada justifica. Es más, en no pocos casos, el ejercicio de la responsabilidad por parte de estos elegidos significa destrucción de valor para los accionistas, pérdidas de puestos de trabajo y deterioro notable de la reputación de las compañías.

Si queremos preservar nuestro sistema de libertades y de camino aislar a sus enemigos, denunciemos también estas tropelías, a todas luces incompatibles con el ideal liberal.

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